1213. En plena lucha entre los reinos de Castilla, Navarra, Aragón, León y el al-Ándalus almohade, Dulce Álvarez asume como propia la misión de proteger a su pupilo Juan Blasco, heredero del condado castellano de Fortún, pero nieto ilegítimo del rey Sancho de Navarra. Ira y fuego.
La ira es un sentimiento que puede conducir a un hombre a la más fiera de las pasiones; cuando el honor de un caballero está en juego y una mujer es la responsable, nada como el fuego para avivarla. Adoain se enfrenta a lo que para él es una misión de extrema delicadeza y la intervención de Dulce entorpeciéndola, no puede ser más inoportuna. Sin embargo, el duelo entre ambos por lo que creen justo, no puede generar otra cosa que una atracción instantánea, porque en esta vida, todos lo sabemos, no hay nada como una fuerte lucha de carácter para que se generen vivas y ardientes brasas. En medio de estas continuas luchas que asolan la Península Ibérica, los diferentes reinos buscan el mayor control posible de sus tierras; todos los engaños y argucias valen, las traiciones están a la orden del día? ¿Qué, entonces, puede haber más desinteresado que el entregar la vida por el ser al que se ama? Cuando emociones como éstas arraigan en dos corazones, todo es secundario y Adoain y Dulce tendrán que enfrentar obstáculos casi insalvables.
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