
Para Alexandra, África era un sueño cumplido y, al mismo tiempo, una huida hacia adelante. Trabajar en el pequeño dispensario, velando por la salud de sus agradecidos pacientes le encantaba; la única pega que le encontraba a su nueva existencia era la presencia del inquietante y severo coronel Schwartz que, a pesar de sus esfuerzos por mantenerlo alejado, amenazaba con derribar las barreras que tanto le había costado erigir a su alrededor.
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