jueves, 9 de enero de 2014

Andrea Valenzuela Araya

El precio del placer. Libro I
Para él yo no era una persona, era su objetivo, una mercancía, un producto, una adquisición con un determinado valor que había sido adquirido para sus eventuales necesidades físicas.
Huir siempre fue mi primera alternativa, pero sabía que no podía hacerlo aún cuando él me lo decía: “puedes irte cuando quieras…” Maldito mentiroso… detrás de sus sutiles palabras habría consecuencias que tendrían directa relación con mi madre y conmigo.
Las lágrimas se me desbordaron llenas de ira, de frustración, por no tener ni una sola alternativa. Él estaba acabando con mis sueños, con todas mis ilusiones, con las pocas alegrías que me quedaban. Su aparente generosidad no era más que una mera distracción: demasiado hermoso y perfecto para ser cierto. Un maldito lobo con piel de oveja.
Cualquier mujer terminaría sucumbiendo ante sus encantos, ante su insistente, misteriosa, enigmática y penetrante mirada, ante el inminente y provocador sonido de su voz, pero yo no, yo no era cualquier mujer y él se estaba dando cuenta de ello. Preferiría morir mil veces quemada que dejarme caer rendida en sus brazos.
— ¿Qué quieres? —lo interrogué sin dejar de ver su rostro ni sus apacibles movimientos, pero precisamente dejándome arrastrar por sus labios que se curvaban en una inquietante y demoledora sonrisa, dejando al descubierto con ello a una perfecta dentadura blanca.
— ¿Qué aún no te das cuenta? —respondió clavándome una ferviente mirada.
— Si lo supiera no te lo estaría preguntando —manifesté con toda la ironía que logré reunir en ese particular momento.
Dejó el vaso de Whisky que estaba bebiendo para ponerse de pie y caminar lentamente hacia donde me encontraba.
Se me nubló la razón cuando lo tuve enfrente con esos ojos azul cielo que me desnudaron por completo. Mi mente se bloqueó y me quedé sumida en el más absoluto de los silencios. Nada tenía sentido, sólo sus ojos, sus labios, el contorno de su rostro… mi corazón comenzó a palpitar aceleradamente como si de un momento a otro pudiera estallar en mil pedazos.
— Soy tu dueño —expresó sin ningún tipo de titubeos—. Soy yo quien ha hecho el negocio —acotó con la voz tan fría como el hielo.
Por un momento y tras sus palabras sentí que mi corazón junto con mis pulmones dejaban de funcionar. «¿Qué mierda estaba diciendo? ¿Él era el maldito demente que había puesto valor a mi cuerpo? ¿A él debía entregarme para salvar el pellejo y “el honor” de mi familia?». Me asqueé de solo pensarlo.
— ¡Pudiste comprar mi cuerpo, pero jamás comprarás mi corazón! —expuse con rabia a modo de que sintiera que aún no daba esta batalla por perdida.
— ¿Estás segura? —me preguntó mientras me analizaba desde la cabeza hasta los pies. Sólo tenía ojos para mí como si yo fuese la última ganancia de una venta que había sido concebida, concretada y validada por…
— ¡¡Desgraciada!! —maldije en voz baja mientras cerraba los ojos y la recordaba.
Acto seguido, conté hasta tres para intentar tranquilizarme, pero no pude hacerlo del todo ya que cuando los abrí nuevamente él estaba tan cerca que de inmediato pude sentir su aliento y su respiración un tanto agitada sobre mí. Parecía un verdadero depredador acechando a su presa.
Tomé aire profundamente mientras lo miraba, tragué saliva mientras lo veía sonreír.
No había escapatoria, no había vuelta atrás, no existía nada que pudiese salvarme de las manos de ese hombre que con su cuerpo me incitaba a arrastrarme al mismísimo infierno, mientras que con sus ojos me envolvía por completo como si deseara alzarme hacia el cielo. Ahora la pregunta que daba cientos de vueltas en mi cabeza era…
¿Por cuál de los dos caminos quería transitar?



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