En "Adiós muchacho"s nadie es lo que parece: Alicia, la estudiante que menea con gracia sus nalgas mientras pasea en bicicleta por el Malecón, es una jinetera en busca de una superfortuna que la retire del negocio y la saque de Cuba; Víctor, contratado por las empresas Groote para llevar a cabo un original negocio turístico, basado en el submarinismo en barcos hundidos, tiene un pasado de estafador poco confesable; y Hendryck Groote, millonario holandés propietario de la empresa que financiará el proyecto de Víctor, no sólo tiene un pasado turbio: su presente, como irá descubriendo el lector, tampoco es agua clara. Todos ellos componen una novela policíaca realmente innovadora, ceñida por la estructura clásica del género, inteligente y muy, muy divertida.
Avanzando la novela hay momentos de explosivo erotismo, perversas ambiguedades sexuales, muertes que ocultar, drogas fuertes, simulaciones, oportunidad para el dinero dulce. El escenario es una ciudad de La Habana en medio de cambios insospechados hasta hace no muchos años. Daniel Chavarría no incursiona en el terreno concreto de la política cubana, pero su mirada crítica ante la realidad de la isla es inequívoca.
Por sobre todas las cosas, "Adiós muchachos" es una novela atractiva. Un buen policial con mucho suspenso que trasciende el género. No es casual que haya recibido –por su edición en inglés y en el 2002– el prestigioso premio de la Mystery Writers of America para novela policial, el Edgar Allan Poe. El mismo que antes fue otorgado a escritores como Raymond Chandler, John le Carré y Frederick Forsyth, o sea la flor y nata del suspenso, el espionaje y el policial.
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